domingo, 3 de abril de 2011

Libertad




¿Cuántas veces se habrá intentado definir qué es la libertad? ¿Cuántas veces se habrá soñado con llegar a ser libre? ¿Cuántas veces nos sentimos prisioneros de nuestras propias decisiones? Una amiga me enseñó que cuando alguien cree ser libre es porque no ha volado lo suficiente alto como para encontrar sus cadenas... En cualquier caso, me gustaría compartir la particular interpretación de Rosa Regàs, publicada hace unas semanas en un diario digital.

Libertad Rosa Regás

Son tantos los años que las mujeres llevamos siendo educadas en el sacrificio, la renuncia, la entrega (y como redención de nuestros pecados el inevitable remordimiento) no solo como virtudes sino como las únicas que han de dar sentido a nuestra existencia, que cuando decidimos iniciar el camino hacia la libertad y la dignidad, no partimos de cero sino de muchos enteros bajo cero. Hasta que llegamos a esa cifra sin contenido el camino es azaroso y plagado de luchas feroces con la sociedad, la moral establecida y, sobre todo, con nuestras conciencias, pero una vez en él, en el nivel cero, comenzamos a sentirnos seres humanos con capacidad de conocer, de elegir, de vivir a nuestro modo.
Nunca nos hablaron de libertad, como si fuera un objetivo que ni podíamos ni debíamos alcanzar, como si nuestra mente no estuviera dotada para comprender lo que significa en la vida de los humanos.
Es sólo cuando hemos alcanzado la mayoría de edad en estos valores universales cuando nos damos cuenta de que la libertad es un bien muy sutil que penetra como un misterioso aroma en todos los ámbitos de la vida. Un camino más que una meta que nos exige al menos tres distintas modalidades para seguir creciendo:
Libertad de conciencia que nos permite aceptar o no aceptar lo que se nos ha impuesto, sobre todo en lo que se refiere a las ideas que son universales y aplicables a todos los humanos, como, por ejemplo, la justicia; e igualmente a las creencias, como la religión o la moral o la tradición que solo pertenecen al ámbito de lo particular.
Libertad sexual, no como la entendemos comúnmente hoy, la decisión de tener  relaciones sexuales con quien queremos, que por supuesto también compete a nuestra voluntad, pero que no forzosamente nos hace más libres, como no lo fueron la mayoría de  cortesanas de todos los tiempos. Sí en cambio entendida como la que nos convierte en exclusivas propietarias de nuestro cuerpo y en consecuencia decidimos si queremos o no queremos tener hijos; con quien, cuantos y cuando los queremos tener.
Y finalmente la Libertad económica sin la cual en ningún caso existe la libertad, ni para los hombres ni mucho menos para las mujeres.
Entendemos también con el tiempo que si cualquiera de estas formas de libertad podemos compartirla, voluntariamente y de corazón, con la persona que amamos añadiremos al goce de practicarla el placer de la complicidad.
Lo que comprendemos de inmediato es que la verdadera libertad nos permite no aceptar nunca nada de nadie, sea el papa de Roma, el presidente de nuestro gobierno, nuestro padre o nuestra madre, nuestros amigos, hijos, maridos o amantes, sin que antes haya pasado por nuestro entendimiento. A partir de ahí la última palabra es la nuestra.
Pero la falta de libertad no sólo es, por mucho que lo denunciemos, patrimonio exclusivo de las mujeres, porque las mismas trabas para la libertad con las que hemos de luchar nosotras, las encuentran en muchos otros órdenes los hombres de todas las religiones y razas del mundo.