lunes, 16 de septiembre de 2013

Últimamente los mejores "cuentos chinos" los encuentro en la prensa diaria...

Pongamos, por ejemplo, que Alicia, de unos cuarenta años, analfabeta y con un hijo que está llegando a la adolescencia, intenta sobrevivir en el país de... los recortes.

Tras unos años recibiendo ayudas y trabajando de forma ilegal, Alicia, ha logrado regular y legalizar su situación. Ha conseguido un contrato de trabajo con la ayuda de una de las trabajadoras sociales de un Servicio Social de Base cualquier. ¡Bien!

Ya no recibe ayudas económicas, claro. Ahora sus poco más de 600 euros mensuales deben ser suficientes para sobrevivir: ella y su hijo. 

400 se irán en alquiler. Y los restantes para luz, agua, gas, teléfono (internet, no, claro), alimentación, ropa... El hijo de Alicia este año tampoco tiene derecho a beca para el comedor escolar, porque los ingresos de la familia superan los 533 euros (y, aunque yo no sé hacerlo, debe estar demostrado que con 533 euros una familia, salvo que sea un vaga, puede sobrevivir). 

Además, seguro que el caso de Alicia es aislado, tal vez ella se lo ha buscado, quizá ha vivido por encima de sus posibilidades y ahora tiene que aprender...

En cualquier caso, ¿quién es Alicia?



domingo, 18 de agosto de 2013

A Hadmed...

No tengo ni idea de cómo puñetas se escribe pero sonaba algo parecido a esto: Hadmed. 

Desconozco su edad. Apenas sé que, aunque nació en Egipto, vive en Zaragoza, que su mirada es profunda e infinita y que, cuando no está en el hospital, duerme en un cajero.

Hadmed está enfermo, no hace falta haber estudiado mucho para darse pronto cuenta de esto. Solo puede comer alimentos triturados, su piel está llena de úlceras y necesita unas dosis de hierro que la sanidad española solo subvenciona en una parte más que insuficiente para él. Tampoco es difícil imaginar que, esto, solo es la punta de un gran iceberg.

A diferencia de otros, Hadmed no quiere vender su drama, solo necesita contarlo en busca de la catarsis implícita del compartir.

Hadmed está asustado y hace mucho tiempo que nadie se detiene a escucharle. Por supuesto, de un abrazo ni hablamos.

Desde ayer, solo puedo pensar que “la diferencia entre él y yo… es que yo aún sigo con vida…” y cuando necesito ayuda, me la dan.